A ver, a ver, a ver.

Que ya empezamos a tener una edad. Y cualquier jugada que realizamos tiene más consecuencias que no cuando teníamos veinte años. Físicamente, me refiero.

Me explico.

Vas por la calle y te encuentras a alguien que hace tiempo que no ves. Qué se yo, desde antes de que nos pusieran a jugar al escondite por casa.

Y las expresiones que utilizamos habitualmente hacen muchas veces referencia al paso del tiempo y a nuestro estado. Físico, me vuelvo a referir.

A veces uno escucha el ¡qué bien te veo!, y es que a alguna o a ambas partes el tiempo le sienta fenomenal. Como el buen vino.

Luego, está el parece que el tiempo no pasa para ti, que con esta sabemos que con más o menos pena, el cuerpo nos responde agradecidamente aunque sin fliparse. Y es que tenemos una edad.

Y el más peligroso y que hay que ir con cuidado, es con el joder, como pasan los años. Cuando hay esta frase por el medio de la conversación es porque una de las partes ya está más castigadilla.

Dicho esto.

Ayer me encontré con Javier. Un ex-colega de trabajo, que hacía cinco o seis años que no veía y ¿cual de las tres frases citadas anteriormente me salió? La de joder, cómo pasan los años. Lo siento, Javier.

Javier era comercial. El típico comercial. Estos tipos que siempre caen simpáticos y tienen cara de buen yerno. Estos que los ves por dentro de la empresa y según como caminan y te dicen buenos días, ya sabes que son el comercial. No hay duda.

De hecho yo creo que si buscas la definición de comercial en Google puede hasta que te salga Javier. Y si buscas las 7 habilidades del buen vendedor, no se salta ni una el tipo. Es más, las lleva de serie.

Javier era un tipo extrovertido y divertido, imposible no reírse con él. Un vendedor nato. El típico colega que encontrárselo en la máquina del café cuando tienes prisa es una putada. Un tipo insistente y con mucho rollo.

Javier lo vendía todo. Disfrutaba con la venta y los clientes disfrutaban con él. Javier había nacido para ello. Era uno de estos de los que el cliente iba a comprar un coche y si no había el modelo que quería le vendía una máquina quitanieves y se iba igual de contento. Al menos hasta llegar a casa.

Así era Javier. 

Pero ayer lo vi apagado. Su expresión no era la misma. Ni de lejos. Esa mirada viva y esa energía de disfrutón de la vida, ya no estaba. 

Me contó que ahora ya no es comercial. Que está de responsable de posventa. Pues el anterior jefe se había ido y debido a la confianza en con el CEO y el conocimiento de cómo funciona la empresa después de sus 22 años de experiencia, le hacían el candidato ideal. O no.

O no, por la cara de cansado que tenía.

O no, tan sólo por cómo explicaba la historia.

O no, por la ausencia de pasión que había en él.

O no, por la nostalgia con la que se dirigía a sus funciones y a la alegría de estar con sus clientes.

O no, por como él me contaba su desgaste físico.

Y es que a veces nos puede la responsabilidad, el status o unas mejores condiciones. O quizás Javier no quería fallar a la dirección.

Al comentarlo con el, Javier me dijo que se arrepentía de la decisión pero que ahora ya no quería romper el compromiso que había cogido con la dirección. Aún así me confesó que volvería con los ojos cerrados a su puesto de comercial.

Y es que zapatero, a tus zapatos.

Y cómo nos empeñamos en no escucharnos. Cómo nos empeñamos en tomar decisiones que no nos hacen felices. Aun sabiendo que el cerebro no está preparado para la felicidad sino para la supervivencia.

Y no siempre le deberíamos hacer caso. Igual deberíamos sentir más. O al menos conocer cómo funciona para no ir tan a lo loco ante nuestras decisiones vitales y profesionales.

Que por ahí hay muchos Javieres. Amén.

Ya casi es viernes.

¡Disfrútalo!

Bibi

PD. En el cole no tuvimos esta asignatura, pero si quieres saber cuales son estos errores mentales que nos hacen tomar decisiones que quizás no tomaríamos, lo vemos en el curso de Cómo funciona la mente & Toma de decisiones. Si quieres saber más, llámame.