21.50 pm. Barcelona. Entro en un parking del centro de la ciudad para recoger mi coche que he dejado unas horas antes. 

Sólo entrar una racha de ese olor a parking me invade. Una fusión entre poca ventilación. Un espacio muy cerrado. Humedad. Contaminación. Gasoil. No lo sé. Ese olor.

Primero bajo al cajero automático para realizar el pago. Ya voy con las manos levantadas preparada para el atraco.

Aunque parezca que haya alquilado la plaza, sólo estoy pagando unas horas. Hago cola y en mi turno saco el tíquet.

Luego bajo por las escaleras unas cuantas plantas más. Dudo de la planta y de la plaza. Aun así. El universo juega a mi favor, y no tardo en encontrar mi coche.

Me subo al coche. Abro las ventanas. Y recuerdo que no me gustan nada los parkings.

Subo un piso. Y otro. Curvas estrechas. Coches parados. Vuelvo a subir otro. Cola. Más coches. Calor. Parking. Contaminación. Ya sabes. Lo típico de un parking en el centro de Barcelona.

Pero llega el momentazo. Aquí tienes que poner pausa en la historia. En tu cerebro. A partir de ahora todo sucede en cámara lenta. Imagínatelo.

El ruido. Los coches. Todo va mucho más lento. Se va acercando un coche. Es un BMW. Aunque esto no es lo importante. Va conducido por un hombre y lleva al lado a su hijo. Esto tampoco es lo importante.

Lo veo llegar a lo Gas Monkey Garage. Y le hago un gesto. Un gesto especial.

Un gesto que mi hija que es de la generación Z no conoce. Pero tú y yo si lo conocemos. Y de hecho lo hemos utilizado miles de veces. 

Prepárate porque es momento nostalgia.

Le hago con las manos la señal de que no lleva puestas las luces. Que se pare el mundo. 

Ya sabes a que gesto me refiero. Incluso es probable que lo hayas hecho ahora. Y si no lo has hecho hazlo. Que te va a gustar. Y te vas a reír. Va. Hazlo.

Si estás acompañado puede que estén pensando que haces el Baile de Los pajaritos de Maria Jesús y su acordeón. No te rías. Fue número uno en la lista de los cuarenta en los años ochenta.

Pero no es así. Estás advirtiéndole a otro conductor que no lleva las luces puestas. No las del cerebro. Me refiero a las del coche.

Yo hacía muchos años que no lo hacía. El tipo me lo agradece.

Ahora ya puedes volver a poner la historia a su ritmo. A ritmo normal vaya. Retomamos el calor. Olor a contaminación. Coches. Parking. Barcelona.

En aquel momento me quedo sintiendo un rato de nostalgia.

Nostalgia de cuando sólo poníamos las luces en el ocaso. Nostalgia de los coches que no llevaban el modo automático. Nostalgia de las veces que te quedabas sin batería por no haber apagado las luces.

Nostalgia de lo bonito que era que otro conductor te avisara de tu despiste. Nostalgia de agradecerle y seguir tan a gusto tu camino.

Y es que dar siempre nos ha gustado.

También lo de el agradecer.

Aunque a veces se nos olvide. Sobretodo en la empresa.

Cuantas cosas habrán pasado por habernos desconectado tanto. Y cuanto nos hemos enfadado. Son tiempos de reconciliación.

Es el momento de volver a nuestra naturaleza. Son tiempos de humanismo radical. ¡Son tiempos de (r)evolución!

Ya casi es viernes.

¡Disfrútalo!

Bibi

PD. Si quieres conectar de nuevo a tu equipo. Y que fluya de nuevo la bondad. El agradecimiento. El dar y demás. Llámame. Todavía estamos a tiempo.