Supongo que sabes de qué te hablo cuando me refiero a las conversaciones de pasillo. Supongo que en tu empresa también hay conversaciones de pasillo.

Esas conversaciones en petit comité donde mueren muchas preocupaciones y problemas que uno no se atreve a decir por timidez o falta de temple. O quizás sea pasotismo.

Pero antes fíjate. Déjame contarte algo. Algo sobre mi colegio. Donde cursé EGB.

Yo no sé tú. Pero yo tengo un recuerdo diez de mi colegio. Era la bomba.

No sé muy bien cómo definírtelo.

Mi colegio en pocas palabras era el equilibrio mágico entre el espíritu libre y la formalidad, entre la exigencia y la libertad, entre los estudios y el arte, entre la estructura y la intuición, entre lo más hippie y la pura innovación. Si. Algo así.

Era un colegio donde hacíamos cursos de macramé y de cocina. También de teatro y otras actividades donde reinaba la libertad, la expresión verbal y también corporal. 

Era un colegio que tenía un cuadro sueco al aire libre donde poder subirte y partirte la lengua (hablo por experiencia propia). También teníamos un rocódromo cuando ni en las ciudades existían estos espacios. Tampoco existía el Decathlon para aquel entonces, No.

Era un colegio donde año tras año los alumnos organizábamos ferias de distintas temáticas para la re-utilización y el reciclaje de libros viejos y otros artilugios varios cuando ni tan siquiera habían en la ciudad contenedores de colores.

Era un colegio que contaba con un huerto, si. Muy cuidado por Nemesio y su mujer Carmela, los conserjes. Que vivían entre la pista de baloncesto y la de futbol. Quien además siempre que podían estaban allí para facilitarte la vida. Eran como de la familia.

Era un colegio que no tenía un patio. Teníamos un bosque. Donde ensuciarnos, hacer cabañas, jugar en el arenero, trepar por los árboles y perseguir escarabajos y lagartijas. La única condición es que no se podías tirar a nadie ni piedras, ni palos, ni piñas. Por este orden. Todo lo demás estaba permitido.

Era un colegio que a la hora del recreo sonaban canciones como Loosing my religion de REM o Wicked Game de Chris Isaak. No teníamos pitido. Tampoco una campana estridente. Menos mal.

Era un colegio muy guai. Y podría seguir. Pero quizás vayamos al lío.

Y es que de lo que te quería hablar hoy que al igual te inspira para tu equipo. Yo te lo cuento tal cuál lo hacíamos en mi colegio. La adaptación te la dejo a ti.

Resulta que cada viernes por la tarde hacíamos asamblea. Cada una de las clases, al igual que un equipo autogestionado, tenía su asamblea.

Ésta asamblea estaba conducida por un delegado y un subdelegado. Ya sabes, siempre eran los dos alumnos más populares del momento, aunque elegidos por votación. 

Ésta asamblea podía contar o no con un programa porque el tutor de clase considerase que había algún tema a tratar. Pero con lo que sí contaba siempre era con nuestros asuntos vitales. Estas conversaciones de pasillo. Si.

Te cuento rápidamente cómo lo hacíamos.

Teníamos una cartulina colgada al lado de la puerta con tres columnas. Y cada columna tenía su titular. Siempre el mismo.

Primera columna. Yo propongo.

Segunda columna. Yo critico.

Tercera columna. Yo felicito.

Durante toda la semana podías ir escribiendo lo que le apeteciera. No era obligado. Sólo cuando sentías que lo querías compartir y cuando pensabas que aquello aportaba al conjunto de la clase.

Y en el momento de la asamblea era el delegado que leía la cartulina y te daba la palabra si habías sido el autor. Era entonces cuando podías aclarar y ampliar la información y sobretodo compartir como te sentías.

Y lo hacíamos cada viernes. Cada viernes. Y cada viernes era diferente.

Conversábamos en público y sin miedos. Compartías lo que te parecía mal y mediante la conversación buscábamos la solución. Podías proponer mejoras y todas ellas las debatíamos entre todos. Y también podías dar reconocimiento y molaba mil.

¿Cómo lo ves?

Ojalá no de mayores no perdiésemos ese medio a compartir sin miedo a ser juzgados.

Ojalá aprendiéramos a conversar con la ilusión de buscar soluciones por el bien de todos.

Ojalá en las empresas tuviésemos estos espacios habilitados donde uno se sintiera cómodo para entablar este tipo de conversaciones.

Ojalá hubiera menos conversaciones de pasillo y más atrevimiento durante las asambleas.

Ojalá promoviésemos el pensamiento y la filosofía organizacional de un equipo como lo que es en realidad. Una cuestión de todos, no de un tipo pensando en una silla. Esto no es filosofía.

Ojalá estas reuniones se convirtieran en lugares de disfrute, crecimiento, fábricas de ideas y mejora en la toma de decisiones.

Ojalá.

Eso si era una organización con alma, visión y sentido. Y a mi me alegra haber formado parte de ello. Menuda envidia me doy.

No conozco a ningún ex alumno que hable mal del colegio. Por algo será.

Y de todo ello, ¿hay algo de inspiración para ti? Ya sabes, lo puedes apuntar en la segunda columna. Yo propongo…

Hoy ya es martes.

¡Disfrútalo!

Bibi

PD. En la formación de Comunicación Interna no tenemos esta cartulina, pero te aseguro que herramientas para conversar compartimos un rato. Llámame y te cuento.