Mira.

Si hay una cosa que me gusta en esta vida es ver y hacer feliz a mi hija. Lo llevo de serie. Me encanta.

De hecho, cuando era más pequeña siempre le decía que yo no era su madre. Que yo era un agente de una unidad secreta del FBI encargada de su felicidad.

Bueno vale, le sigo diciendo.

El tema es que ayer vino una amiga suya a comer a casa y se me ocurrió hacer uno de los platos favoritos de Violeta.

Para mí, fácil y rápido de hacer. Perfecto para un domingo algo ajetreado. Para ella, pura felicidad. Perfecto al cuadrado.

Llegado el momento me pregunta qué hay para comer. A lo que le contesto fideos del pueblo.

¿Y qué hace mi hija?

Le sentencia a su amiga que hoy va a comer los mejores fideos del mundo.

Me alegro que mi hija los tenga tan bien catalogados pero me apresuro a desmentir tal afirmación. Además, estas niñas suben sabiendo latín.

Y en mi mente me veo compitiendo en la cabecita de su amiga con unos fideos al estilo japonés, con esa textura elástica, una combinación de mil sabores, su caldito, una mezcla de colores, un equilibrio perfecto de especias y condimentos.

En fin, una exquisita obra de arte.

Menuda decepción se puede llevar cuando vea mi plato.

Por lo que decido entrar en acción y contradecir a mi hija. Le pido que no se flipe que vengo con una receta muy pero que muuuuuy sencillita.

A lo que me responde con esta frase.

Atento.

No es verdad mama, son los mejores fideos del mundo porque saben a pueblo.

Touché. Qué gran lección. Aquí le tengo que dar la razón.

Los fideos en sí no son nada. Pero estos fideos para mi hija son los mejores del mundo porque…

Saben a los primos y a la familia.

Saben a las noches de verano y a las verbenas.

Saben a las tardes sin reloj en la plaza del pueblo.

Saben a partidas de cartas y a paseos en bici. 

Saben al aburrimiento de las horas sin móvil.

Y es que estos fideos a mi hija, le saben a libertad.

Benditos fideos del pueblo que le saben a tanto.

Y cierto es que cada situación tiene el valor que uno le asigna. Subjetivo.

Que en cada situación buscamos el sentir. No la tangibilidad.

Y las cosas más sencillas se pueden convertir en las más mágicas. 

Un buenos días. La preparación de una reunión. Una conversación con un cliente. Aquél correo electrónico. La videollamada de las diez. Tus tareas pendientes.

Hazlo memorable. Vívelo. Siéntelo. Emociónate. Que de esto va la vida. 

 

¡Disfruta del día!

Bibi

PD. Que tengas une feliz semana. De corazón. Para lo que sea, ya sabes donde estoy.