Esto me sucedió el otro día yendo por la calle.

Atento.

Me encuentro a un tipo que hace tiempo que no veo. Aunque siempre me alegra verle, no sé de él más que por redes.

Le pregunto con curiosidad qué tal está y su respuesta es…

(dale al repique de tambores, dale)

Pues tía, me sabe mal decirlo, pero me va todo muy bien. 

A nivel personal, genial. Los niños creciendo y todo bien, como siempre. A nivel profesional, ampliamos equipo y entramos con fuerza en otros países.

Su expresión se contiene el entusiasmo y la alegría que tiene que sentir por estar viviendo este momento tan cojonudo.

Y a mi me encanta y a la vez flipo.

(Joder, cada día cuando escribo me doy cuenta que estoy todo el día flipando. Y esto que no tomo sustancias que favorezcan el tema. No.)

Flipo como no está rebosante de alegría.

Flipo que lo diga con la boca pequeña.

Flipo que no vibre en esa potente energía.

Flipo como parece que tenga que pedir perdón por estar bien.

Y es que somos más del voy tirandosin pena pero sin gloriavamos aguantando.

Y ser feliz, vivir en abundancia y además rexonocerlo está mal visto. Y así nos va.

Somos más de la mediocridad. Y esto nos devuelve más mediocridad.

Somos de vibrar en una energía baja. Y esto nos devuelve más energía baja.

Y eso que sabemos que las palabras crean nuestra realidad.

Y quizás lo que necesitemos sea empezar a presumir con humildad.

Y quizás lo que funcione sea contagiar el éxito y el bienestar.

Y quizás debamos hablarnos como merecemos. Y sentir así más alegría, grandeza y bienestar.

Sólo quizás. Reflexiones de viernes.

 

¡Disfruta del día!

Bibi