Mira que me pasó el otro día.

Estaba liderando una regata corporativa en Barcelona. No en Tarragona. En Barcelona, con un skyline increíble.

Dos embarcaciones, dos equipazos, una misma empresa, aprendizaje, rivalidad y competición.

Sólo uno de los dos podía ganar, el segundo lugar en este caso, era el looser.

Y además había entrega de trofeos, esto siempre mola.

Dos equipos dándolo todo por conseguir la grande. La copa, me refiero.

Una vez disputada la regata pasamos a los premios.

Primero hago entrega del trofeo pequeño. Si, el del looser

¿Y sabes quién había en el equipo looser? El Presi de la compañía, el mandamás.

Vaya. No siempre se puede ganar.

Él quiso recoger el premio, agradecer a todos la competición y su colaboración por hacer de aquella compañía lo que era.

Una gran compañía.

Breve y emotivo discurso.

Luego doy paso al ganador, y esta vez se levanta uno de los directivos a recoger el trofeo grande, el guapo. 

Pero no hace ningún discurso. El tipo, de una manera borde, se niega.

Flipo.

Y flipo ¿porque sabes que hizo el tipo?

Se plantó delante el Presi y le cambió la copa.

Sólo pronunció un gracias a ti.

Ovación por parte de todos. Ovación de las buenas.

Si había un ganador, y este era el líder de la compañía y todo su séquito.

Pelos de punta.

No tengo nada más que añadir.

Bueno si, ojalá esto un día, también te pase a ti.

Y ¿sabes cuál es la buena noticia?

Que sólo depende de ti.

Única y exclusivamente de ti.

Ponte en contacto conmigo si quieres que tracemos un plan de ruta.

Bibi