Hoy te voy a contar algo muy íntimo. Hoy te voy a contar cómo maté a mi abuelo. Y te advierto que no hay ni una sola palabra en esta historia que no sea verdad.

Ahora estarás pensando, Joder Bibi, que es lunes… ¡que fuerte vas!.

Vale. Pues voy a decirte algo. No lo hago para que te mate la curiosidad. No. Si quieres saber como maté a mi abuelo sigue leyendo.

Fue en 2010. Un dos de marzo. Mi abuelo estaba ingresado por una severa gastroenteritis. Ya venía de un año durillo. El hombre estaba debilucho. Aunque no era muy mayor, no.

Yo siempre había estado muy unida a él. Para mí era como un padre. De hecho era una de mis personas favoritas. Si no la que más.

Llevábamos un año muy heavy. Necesitábamos transfusiones de sangre cada semana. Una dura anemia se había apoderado de él. Por lo que esa maldita gastrointeritis lo tumbó.

Vuelvo al día.

Recuerda lo que te he dicho. Era un dos de marzo de 2010. Un martes. Aquella noche mi abuelo había dormido sólo en el hospital y yo fui para allá en cuanto me levanté. 

Le llevaba el Marca como cada día. El Mundo Deportivo no era una opción. Mi abuelo era periquito. Madre mía. Hoy hubiera estado todo el día de morros. ¡Ya te digo!

Aquél día también le llevé el periódico. Recuerdo entrar por la puerta y ver su sonrisa de calma. Una de los suyos ya estaba con él. Eso hacía que aquél hospital dejara de ser tan hospital.

Le besé, le sonreí, le pregunté cómo había pasado la noche y le di el Marca. No me dio tiempo a más porque el doctor vino y me sacó para hablar con él.

Tenía una noticia que darme. Mi abuelo no podía volver a casa en ese estado por lo que le asignaban una cama en el centro sociosanitario que había al lado de aquel edificio.

Yo sabía que esa noticia no le gustaría nada a él. Mi abuelo siempre decía que ninguno de sus amigos había salido con vida del sociosanitario. Para él era un previo a la muerte. Le temía mucho a aquél sitio.

Para mi sin embargo era una tranquilidad saber que no lo enviaban a casa y que estaría supervisado y con la atención que requería.

Atento con lo que pasó a continuación.

Entré.

Mi abuelo estaba desayunando y leyendo el Marca.

Le miré a los ojos y le cogí una mano.

Le dije que le habían dado una plaza al sociosanitario pero que no se preocupara que sólo serían unos días.

Lloré y le besé.

Mi abuelo me miró.

Cerró el Marca.

Y cerró los ojos.

A las diez horas, le habían dejado de funcionar algunos de los órganos vitales.

Al día siguiente mi abuelo ya no estaba con nosotros. El muy cabrón.

Y ahora de nuevo pensarás. Joder Bibi, menuda manera de empezar el lunes

Bueno. No pasa nada. 

Sólo quería compartirlo contigo para que te des cuenta…

De la importancia de tener un sentido.

De la importancia de tener un motivo.

De la importancia de tener un porqué.

Cuando hacemos todo lo que hacemos. 

Mi abuelo, cuando perdió su porqué, perdió las ganas de vivir. 

Él y yo sabíamos cual era su porqué. Lo reservaré para su intimidad.

Y esto es lo que no quiero que le suceda a nadie. A nadie.

Por eso, aunque a priori no le demos importancia. Dedico parte de la formación de gestión emocional y bienestar corporativo a ello.

A encontrarle un sentido al tema. A encontrarle un porqué.

Y es que a parte de quererte muy feliz. También te quiero muy vivo. 

Hoy es lunes. Y el cuerpo lo sabe.

¡Disfrútalo!

Bibi

PD. Gracias siempre por leerme. Y si quieres invitar a más gente a la (r)evolución, envíales el este enlace, en él podrán darse de alta en el mail. Mil gracias. Te adoro.