Te presento hoy a una persona muy peculiar. Natalia. Ella era gogó.

A Natalia la conocí hace ya unos años. Yo trabajaba en una multinacional y me fui de responsable de formación a México. Al poco de aterrizar en el país, me invitó a cenar a su casa, ambas estábamos con nuestras respectivas parejas. ¡Claro! Nosotros, llevaríamos el vino, un clásico.

Típica escena de película. Cuatro desconocidos, que nos teníamos ganas. Ganas de conexión. Ganas de una buena relación. Y habían muchos ingredientes para que así fuera.

En algún momento de la cena nos preguntamos cómo habíamos llegado cada uno de nosotros allí, tres catalanes y un asturiano, viviendo y trabajando en México.

Y si había una buena historia, esta era sin duda la de Natalia. Las otras de hecho ni las recuerdo.

Mira.

Natalia era una morenaza divertida, guapa, guerrera, enérgica y cercana, de las que uno se siente muy a gusto y en seguida se generan buenos momentos. 

Natalia era gogó de profesión. Le encantaba. Ella tenía un FP Administrativo (si, ya se que tú también me entiendes). Y le gustaba bailar, le gustaba la noche, le gustaba que la mirasen y disfrutaba de su vida.

A sus padres no tanto. No que no les gustara que los mirasen, no les gustaba la profesión de Natalia.

Ellos no aceptaban que llevara esa vida. Le sacaban en cara que su mayor preocupación fuera tener un buen físico, el más escotado de los tops, bailar bien y moverse por los antros de Barcelona o Ibiza, para que la mirasen. Y es que era gogó. Y lo disfrutaba.

No encajaba en la idea de hija perfecta de sus padres ni cumplía con sus deseos, o quién sabe si sus frustrados deseos. 

Harta de que no aceptaran su vida y no confiaran en que era una voluntad, una decisión, quiso demostrar que podía ser algo más. (Qué nefasta expresión, como si para ser persona se necesitara justificar con una profesión, en fin.)

¿Y qué hizo? Atento.

Falsificó su currículum y lo presentó a la multinacional donde ambas trabajábamos por aquel entonces. Natalia pasó tres entrevistas de selección, mintiendo acerca de sus estudios, su no-carrera imprescindible para el puesto y de su experiencia. Primero mintió a recursos humanos, luego mintió al jefe de área y finalmente mintió al que sería su jefe. Además, superó con éxito los tests de reclutamiento. 

Así que la empresa decidió contratarla y la llamaron para acordar el día de la firma del contrato.

Sincericidio.

Natalia les dijo la verdad, que había hecho todo esto para demostrar a su mundo que podía ser algo en la vida, que no fuera ser gogó. Porqué algo ya era. Y ella sí lo sabía.

Paréntesis. Me encantaría haber visto la cara del director de RRHH y la de su futuro jefe ante tal afirmación. La empresa te aseguro que es de lo más conservadora.

El caso es que le dieron una oportunidad. Y ella sin saber el motivo, la cogió. Firmó el contrato.

Y con el tiempo Natalia no tan sólo entró a trabajar para el puesto que había aplicado si no que además hizo una carrera brillante en la empresa llegando a ser la Directora Comercial. Una mujer empoderada y seductora. Natalia. Ella era gogó.
I

Volvamos a la empresa.

Daniel Goleman afirma que el 67% de éxito en una carrera profesional (ya sé que ahora estás pensando que estabas muy a gusto en la historia de Natalia y que esto sabe a tostón, pero sigue) recae en las habilidades emocionales y tan sólo el 33% restante recae en la inteligencia racional, en la formación, los conocimientos y la experiencia profesional.

Discrepo, Sr Goleman (autor del best seller internacional Inteligencia Emocional), el 67% puede llegar a ser mayor. Mucho mayor.

Y con esta historia podríamos tu y yo hablar de actitud, de motivación, de atracción y retención de talento, de psicología organizacional, de cultura corporativa, de ética profesional, de estilo de vida, del poder de las historias para liderar a tu equipo, qué se yo, de cualquier tema.

Pero sólo te voy a destacar uno.

Tan sólo un tema.

Un temazo en este caso.

La confianza.

Cuando escuché la historia me saqué el sombrero ante Natalia.

Ojalá, todos los trabajadores tuvieran esta actitud, esta iniciativa, esta autoestima profesional, este empoderamiento y esta confianza. Power en estado puro.

(R)evolucionemos hacia un mundo con más Natalias y menos titulitis. Un mundo con más actitud y menos queja. Un mundo con más empoderamiento y menos victimismo. Un mundo donde creer y crear. Un mundo con menos excusas y más acción.

Y ahora dime algo, ¿tú hubieras contratado a Natalia saltándote una política de empresa y apostando por la actitud? Yo, si.

Ya es lunes. Supongo que tenías ganas.

Feliz semana.

Bibi

PD. Puedes cambiar tu historia y la de tu empresa. Siempre. 

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