Fíjate.

Era por aquello de los noventa, finales, casi adentrándonos en el 2000. Cuando las profecías apocalípticas invadieron los medios. Iba a acabarse el mundo.

Yo había tenido mis primeros piquitos. Si. Pero nada serio. De lo que te hablo hoy es de mi primer gran amor. 

Bueno, ahora que lo pienso bien. Fue la primera relación en que se me propuso una relación para toda la vida. Y es más, la firmé.

A lo loco. Al poco de conocernos. Madredelamorhermoso.

Yo admiraba, entre otras cosas, su grandeza. Y el poder que tenía de seducción. Me gustaban muchas cosas de la relación. Otras no tanto.

En algunos valores coincidíamos. En otros éramos puntos extremos y contrarios. Pero yo era muy joven y lo pasaba por alto.

Y allí estábamos dándolo todo. Si, esto si, puedo decir que ambas partes. Y me gustaba, soy de las que a medias tintas me cuesta hacer las cosas.

Y hay algo que tenía muy claro aun tratándose de mi primer gran amor. En la relación teníamos que crecer ambas partes. Y así fue. O eso creo.

Ella me miraba siempre con buenos ojos. Me mimaba. Me trataba muy bien. Y me daba todo aquello que fuera necesario para mi crecimiento.

Pero había algo que no le gustaba de mi. No le gustaba nada. Y nos cabreábamos. Y era mi rebeldía.

La otra parte era mayor que yo. Yo la adoraba aún siendo conservadora. Muy tradicional. Y le gustaba mucho la jerarquía. 

Y ahora es posible que pienses, Bibi, ¿y de verdad te enamoraste?

Pues si, me enamoré. Y tú conoces a la otra parte. Si, tú.

Puede que te esté hablando de una empresa con un triángulo verde por logo y que cuando la conocí fuera la número uno en el sector de viajes. Puede.

Me gustaba tanto que me fui a vivir a Madrid. Donde vivía ella. Su central. Su casa. Lo gordo. Lo que me molaba. 

Y entonces fue cuando empezaron nuestras desavenencias.

Yo era joven y muy rebelde.

Quería cambiar las cosas.

Quería que se trabajara, aun si cabe, mejor.

Quería innovar. Quería crear.

Quería comerme el mundo.

Tenía 20 años.

¿Y sabes qué pasaba?

Que cada dos por tres me llamaban de dirección, uno de los mil dos cientos treinta y dos jefes que tenía por encima o de RRHH.

¿Que porqué?

Bueno… por mil motivos. Quizás me saltaba la jerarquía y hablaba con otros jefes que no me correspondían. Quizás tomaba demasiado la iniciativa sin permiso. Quizás cambiaba cosas sin autorización de los mil dos cientos treinta y dos jefes que tenía por encima.

Y acuérdate que quizás la empresa era la del logo con un triángulo verde. Sólo quizás. 

Y yo quería cambiarla. Ya.

Así que lo que me enseñó esta relación acerca de los negocios y el mundo profesional fue que…

La empresa tiene una filosofía, un ADN, unas reglas y una manera de hacer. Y es así. Y no puede imponer uno lo que quiera. No. Es la que es. Y mejor encajar. Y la rebeldía no está justificada aunque sea por el bien de la empresa.

La empresa tiene unos valores. Cómo más alineados estén con los personales mayor bienestar. Estar en una empresa conservadora y adorar la innovación y la disrupción, sólo trae dolores de cabeza. Y la diferencia de los valores es una de las principales causas de malestar.

Darlo todo por la empresa. Esto si. Sin duda alguna, siempre tiene sus beneficios. Si eso, otro día te cuento más.

Y fue así cómo acabó nuestra relación de amor. Me fui. Rompí el contrato para toda la vida. Me fui a otro lugar donde ser más yo y encajar mejor.

Aun sintiendo mucho amor. Respeto. Admiración. Y es que sólo uno sabe si es feliz o no. Hay que escucharse bien e intentar no mentirse a uno mismo.

Ya es lunes. Sé que te morías de ganas.

¡Disfrútalo!

Bibi

PD. Hace días que no te agradezco que te tomes el café conmigo cada mañana. Me encanta, y lo sabes. Un besazo.