Fíjate qué me pasó el otro día en una gasolinera. 

Voy con prisas. Entro en la gasolinera y la cola llega hasta la puerta. Vaya. Si algo soy en este mundo, es un tanto impaciente, lo de esperar no me va.

Me inclino para ver quién es el culpable de todo ello (claro está que siempre hay un culpable). Y allí está el trabajador con su chaqueta corporativa y cara de agobiado. Muy agobiado. Atendiendo a alguien que ha perdido los papeles. El cliente está enfadado y gritando.

Echo un vistazo a ver cómo andan todos los demás clientes. Hay el que suspira. Hay el que se mueve inquieto para demostrar también su impaciencia. Hay quien le mira con cara de ánimo. Y hay al que sólo le falta el cubo de las palomitas y está muy atento a la película que se está montando.

Pero esto no es todo. La historia sigue.

Gritos. Se empiezan a escuchar gritos. Provienen del WC. Y es que hay también un cliente encerrado en el WC. Si, también.

El chico que atiende se va poniendo nervioso. Muy nervioso. El caso es que el sistema le ha fallado, con la tensión, ha asignado mal los surtidores. Y ahora no sabe como resolverlo. 

Bueno, si lo sabe. Pero está demasiado nervioso para ello.

Siempre los hay que no entienden de errores y van por el mundo enfadados. Su misión quizás sea colaborar al caos que se produce en una situación ya tensa de por si, siempre.

Soy más de promover la calma en estas situaciones. Porqué como más calma haya, la resolución va a ser más rápida. Sin duda alguna. Además de no tensionar al otro.

Seguimos. Aunque la situación no mejora.

Llegan los lloros. Antes eran gritos, ahora son lloros. Pero ahora el protagonista es el trabajador que siente impotencia, no puede resolver al caos y pide paciencia.

Y sólo repite.

Tengo que llamar al jefe. 

Tengo que llamar al jefe.

Tengo que llamar al jefe.

¿Y qué pasa? Que el jefe no contesta. Igual está de barbacoa o resolviendo otro pollo.

Más agobio.

De mientras, los clientes nos ponemos manos a la obra.

Uno, le pide que le dé las llaves del WC sino el que está encerrado adentro y es ajeno a todo el caos, va a tirar la puerta.

El otro sale a fuera para advertir que hay un pequeño pollo que si van con prisas pueden ir a la siguiente gasolinera.

El tercero de la fila le calma para poder afrontar mejor la situación.

Los lloros no nos han dejado indiferentes y estamos dispuestos a echar un cable. Al fin, el chaval, es de nuestra especie, ¿no? Vamos a hacer que se note, ¡va!.

Y de mientras se resuelve el tema, hago varias reflexiones. Aunque sólo voy a compartir contigo una, tan sólo una. 

Y es que hace tiempo vengo estudiando los comportamientos de los milenials y trabajando con ellos. Y si hay algo que debemos hacer, es darles de comer a parte. Para lo bueno y para lo malo. Pero a parte.

Voy a generalizar. Sí. Pero es que…

Los milenials no tienen la misma resiliencia, ni la misma resolución y ni la misma autonomía. No. Y de allí la historia de hoy. Y como este, te podría contar muchos casos.

Los milenials no tienen las mismas expectativas ni las mismas exigencias. Tampoco.

Los milenials no tienen las mismas inquietudes, ni necesidades ni motivaciones. No y no.

Y es por ello que tu liderazgo no puede ser igual que el liderazgo de tu misma generación. Tampoco.

Los milenials son una parte importante del talento actual, y por ello se hace imprescindible tenerlos en cuenta a la hora de atraer y retenerlos, y también a la hora de ejercer tu liderazgo.

Si quieres, ya sabes que te acompaño con ello. 

Disfrútalo.

Bibi